Estoicismo involuntario

By Redacción Lo Más Mx 3 Min Read

Después de cierta edad uno amanece con un nuevo achaque. Un día es ese dolorcito en la rodilla después de jugar básquetbol. Un inexplicable dolor detrás del ojo cada que miras hacia tu lado derecho. O bien cada vez te pesa más subir las escaleras que antes hacías sin mayor esfuerzo. A veces es esa puñalada en la espalda que te recuerda que debiste haber levantado el mueble usando las piernas. En ocasiones es la molestia estomacal activada por las preocupaciones y el estrés cotidiano. Y así uno se va (mal) acostumbrando a pequeñas dolencias hasta que un día ya no recuerdas cuando fue tu último día de plenitud en el que no te dolía nada y nada te preocupaba.

Así se siente también vivir en este maravilloso pero a la vez atroz país, donde un día muere una niña en un hospital de Quintana Roo, prensada en un elevador al que no le dieron mantenimiento.

Viajas en carretera y un comando armado se lleva tu vehículo, tus pertenencias y tu tranquilidad en la autopista siglo 21 de Michoacán.

Eres un guerrerense y sales a la calle a trabajar para encontrarte a media cuadra de tu casa una dantesca puesta en escena con los restos de seis personas cortados en pedacitos y un mensaje dirigido a la alcaldesa.

Llevas meses con un dolor en el costado, pero tu médico del ISSSTE te dice que no hay fecha para poder retirarte la vesícula y te pide no exagerar.

Hoy tuviste que salir a la calle a pegar carteles con la foto de tu sobrina que desapareció saliendo de la preparatoria hace dos semanas y nadie sabe su paradero.

Tu vecino perdió a su hijo en una riña que comenzó debido a un incidente vial y que solamente un arma de fuego pudo terminar.

No deberíamos de acostumbrarnos a vivir con dolor. Para nosotros no debería ser normal permanecer en la zozobra, la angustia o la desesperanza. Uno pensaría que lo más sensato es buscar una segunda opinión cuando la enfermedad avanza; cambiar de doctor, buscar un especialista, convocar a alguien que sí pueda tratar todos nuestros males, y que -si estamos en fase terminal- por lo menos nos ayude a paliar el dolor, en lo que llegamos a la recta final, en lugar de resignarnos a padecer a un charlatán que solo pretende recetarnos abrazos y que se ahorra la medicina porque se siente un austero franciscano administrador de nuestra tragedia.

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